La puesta en funcionamiento en la
villa de l’Alcora de la Real Fábrica de Loza Porcelana del Conde de Aranda en
el año 1727, trajo a la población una nutrida y variada cantidad de gentes
procedentes de los más variado lugares en los que existía una producción
ceramista.
La convivencia entre estas gentes no
debió de ser fácil, las segundas
ordenanzas de la Fábrica, otorgadas por Conde de Aranda en el año 1749, están
redactadas en forma que parece que su principales objetivos, eran el mantenimiento del orden, clarificar
las funciones que debían de ejercer cada uno de sus operarios, así como regular
las relaciones entre ellos.